CAMARONES DE VEGA

Texto: Jorge Muñoz Gajardo 

Una de esas mañanas hermosas, el tío Francisco me pidió que lo acompañara porque tenía que ir a ver unos animales, que se habían pasado a un potrero agrícola recién sembrado. Caminamos con chubascos aislados que mojaban nuestra cara y antes de llegar donde se encontraban los animales pasamos por un potrero que me llamó la atención, parecía estar inundado por el agua con castillos de barro por todos lados. Intrigado por su aspecto le pregunte al tío que eran estos castillos de barro y que pasaba con este potrero: el tío Francisco me dijo; que era un potrero semi pantanoso llamado vega.  Y que los castillos a flor de tierra eran cuevas, construidas por unos camarones que al hacer su casa cavando en la profundidad de la tierra, el barro lo iban tirando hacia afuera: y que eran comestibles muy sabrosos al ser cocinados. 

Luego me indicó que me iba a enseñar cómo se sacaban para llevar a la casa y comerlos a la hora del almuerzo. Me mostró su mano juntando los cinco dedos y los introdujo en una de las cuevas de la tierra y empezó a meterla y a sacarla cada vez con más rapidez. Hasta que dio vuelta la mano y me mostró un camarón de color verde, aleteando con su cola y sus dos patas tenazas delanteras intentando agarrar algo para defenderse, mostrándomelas para que tuviera cuidado, porque con ellas apretaban muy fuertes.

Aprendí después de varios intentos ya que sentía cuando al succionar llegaba uno a la mano y al sentirlo lo tiraba lejos. Me fui acostumbrando cooperándole al tío, con unos cuantos. Cuando llegamos a la casa, la abuela vio los camarones, buscó una olla, los lavó con agua para sacarle los restos de barro que traían. Luego, le echó agua nuevamente, unos dientes de ajo, ají cacho de cabra, sal y los puso a calentar en la cocina. Así hasta que cambiaron de color, del verde al rojo pálido. Los probé, encontrándolos ricos, pero con un dejo de sabor a barro.

 Fue una linda experiencia.